Allí estaba yo, encerrada en una habitación que olía a incertidumbre. Lo único que alcanzaba a ver eran varias puertas del mismo color, con la misma cerradura. Yo me encontraba sentada en un taburete esperando mi elección, mi puerta, mi futuro. ¿Qué puerta elegir?, ¿cuál será la que logre conducirme hacia lo que ansío?. Mis preguntas rebotaban en mi cabeza. Sólo recordaba las palabras de mis confidentes, sus consejos. No me servían de mucho sus susurros, estaba sola, debía hacer mi selección...la primera, no!, siempre las primeras parecen las más fáciles; la segunda, ¿y si ésta no es?; la tercera, ¿y si por ser la tercera y creer en lo de la "tercera va la vencida", me equivoco?; la cuarta, la quinta, la sexta, todas me hacen afrontar dudas, temores.

Pensé en mí, elegí esa, la más extrema, la más dudosa, pero la que sabía por deducción que me llevaría por caminos difíciles, pero que acabaría en un fin, en un buen fin, en mi único fin, ser yo.

¿Cuántas veces al cabo de mi vida me tendré que sentarme en un taburete, mirar esa habitación y volver a realizar un descarte?. Sé la respuesta, quizás no quiero pensar en ella, pero sólo sé que por fin, abrí la puerta, caminé sin mirar hacia atrás, y me digo a mi misma lo orgullosa que estoy de haberlo hecho y de lo feliz que me siento de la decisión que tomé, sentada en mi taburete.