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Ya sé cómo me dices
viernes, 23 de febrero de 2007 Susan y Michael


Algunas parejas son imposibles desde el primer momento, no hay ni siquiera posibilidad de plantear que puedan funcionar. Son éstas quizás las que recordamos con más nostalgia. Aquí os dejo una:


Susan y Michael se conocieron en el centro de trabajo. Ella era alumna de prácticas, él su supervisor. Desde el principio se notaba que entre ellos había eso que llaman "feeling". Trabajaban bien juntos. Susan estaba impresionada con Michael, le encantaba dejarse guiar por sus enseñanzas, admiraba su saber estar, su templanza, su mirada cálida que expresaba fuerza y sabiduría. A Michael le gustaba el empeño de aquella chica por aprender, por hacer siempre su trabajo lo mejor posible.


Se entendían, sabían cómo ayudarse, qué había que hacer en cada momento. Susan era sensible y algo cría, y se emocionaba con cada logro que conseguían juntos. Michael no era tan transparente, pero se notaba en su media sonrisa que le gustaba el trabajo que hacían, y cómo lo hacían. Cogieron confianza, siempre conscientes del lugar que ocupaba cada uno. Un buen día, se dejaron llevar un poco más.


Casi sin querer, de manera casual, salieron a cenar juntos después del trabajo. Rieron, bebieron vino, contemplaron juntos el amanecer... y lo sintieron, algo estaba cambiando, algo que no podía ocurrir.

Nunca hablaron del tema, nunca se dijeron nada que pudiera comprometerles. Él estaba casado, y además era su mentor. Dejaron que el tiempo pasara, y alternaron el trabajo con salidas esporádicas a comer bajo el sol, a pasear, a tomar café a media tarde... no hacía falta decir nada. Ambos se habían convencido de que no tenía sentido alimentar lo que sentían estando juntos, pero lo disfrutaban en pequeñas dosis que les llenaban el alma.


Llegó el día en que Susan debía marchar. Sus prácticas se acabaron. Aquella mañana fue la más extraña desde que se conocieron. No se miraban a los ojos, no hablaban. Susan se metió en su despacho y escribió algo parecido a una carta de despedida. Era una despedida llena de agradecimiento, sincera y sentida. Al final escribió una disculpa, por si en algún momento había expresado con demasiada libertad su alegría o su cariño y eso había hecho sentirse incómodo a Michael.

Al terminar la mañana había una nota encima de su mesa. Era la despedida de Michael. Decía algo así:

"Soy yo el que debe estarte agradecido. Tenerte como alumna ha sido algo maravilloso. Siempre te llevaré en un rinconcito de mi corazón. Gracias por ayudarme, por sacarme a veces las castañas del fuego y por estar siempre dispuesta a darlo todo por la gente... No te disculpes, sin duda he sido yo el que ha confundido las cosas, y se ha dejado en ocasiones llevar por los sentimientos."


No volvieron a verse. Mantuvieron un contacto cortés durante un tiempo, y después nada. Con el paso de los años descubrieron que al pensar el uno en el otro lo hacían con esa sensación de deseo contenido que deja en el corazón una seña especial.

Publicado por cris y tati :: 1:22 :: 0 comentarios

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