Había salido pronto de casa. No quería llegar tarde a trabajar. Se había asomado a la ventana antes de irse, y le había parecido que la mañana, fría pero soleada, era perfecta para dar un paseo hasta el tren, para detenerse y poner en práctica aquello de cerrar los ojos, respirar profundamente y buscar dentro de sí misma una sonrisa. No hubo más que una lágrima... quizás le faltara entrenamiento.

La noche no había sido nada fácil. Sentía dolores continuamente, por dentro y por fuera. Se despertaba recordando frases aisladas, frases que dolían en las entrañas porque no venían de cualquiera, sino de alguien que decía conocerla bien, alguien que parecía culparla de haber separado algo que en realidad nunca había estado unido. En medio de la oscuridad trató de encontrarle sentido a todo aquello, intentó encontrar algún motivo que justificara tanta desconfianza, tantos pensamientos negativos que no entendía, ¿de qué le había servido mostrarse transparente si para ella seguía siendo opaca? ¿Para qué dar tanta confianza, si sólo recibía lo contrario? Se frustró, lloró, y si hubiera podido habría gritado muy alto, para que ella la escuchara, que todo iba a cambiar, que a partir de ahora iba a intentar ser fiel sólo a sí misma, y al que no le guste que no mire... no lo hizo, porque ni siquiera estaba segura de ser alguien en quien confiar, alguien digno de seguir sólo el camino que le dictaban sus principios. Dudaba de todo lo que era, y eso le daba aún más ganas de gritar. No era justo.

La mañana llegó, el paseo hasta el tren se hizo corto, el trabajo era el de siempre, pero en ella algo había cambiado. Una vocecita nueva apareció en su cabeza, y serena le dijo "esto también pasará". Sin querer encontró su sonrisa, y aunque todo seguía nublado en su interior, puso música y se sintió más ella que nunca.