La playa... aquella playa donde tantas veces había jugado de pequeña, aquella que llevaba su nombre en cada grano de arena... esa playa perdió aquella noche todo su significado y adquirió otro mucho más horrible.

Había corrido mucho para llegar hasta ella. Corría gritando su nombre, con un diente roto y la vista nublada por las lágrimas. Nadie contestaba... estaba asustada, tenía frío, y miedo, mucho miedo de haberla perdido para siempre... otra vez. Recordaba sin querer aquella mañana fría en que salió a buscarla rogando encontrarla con vida. Esa noche todo se repetía, ¿y si la suerte no la acompañaba esta vez?

Llegó a la arena, y lo vió. La ropa de esa persona que tanto anhelaba encontrar, que tanto amaba, estaba allí, tirada en la arena. Y ella no estaba. Sin querer dirigió sus ojos al agua, no, no podía ser. La vio, dirigiéndose al fondo, dejando que las olas la vencieran y con un solo objetivo. No podía permitirlo.

Sin saber cómo sacó fuerzas, se desnudó, intentó dejar de temblar para que sus músculos respondieran y se metió en el mar de cabeza. Gritaba, la llamaba, pero ella no hacía caso. Lloraba y nadaba al mismo tiempo tratando de no ahogarse, nunca había sido una buena nadadora.

Y de repente, ocurrió. Cuando casi había llegado a ella la perdió de vista. Ya no veía su cabeza rapada por encima del agua... y se sintió morir. Se sumergió, volvió a subir, nadó en círculos... la encontró al fin. Tiró de sus brazos hacia ella para acercarla, y la besó, la besó sin parar. Le dijo mil veces "te quiero", y poco a poco la llevó de nuevo a la orilla.

"Me has vuelto a salvar, está claro que eres la luz de mi vida". Es lo único que dijo aquella noche.